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Esclavos sin amo

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Jorge Moruno *

Jorge_MorunoVolvamos al mundo real. Nos enteramos de que hasta julio tenemos más déficit del Estado y de la Seguridad Social acumulado con respecto al año pasado y contamos con menos gasto público y una “oferta” de trabajos que responden al tejido productivo promovido: bajos salarios, peores condiciones. Para muestra de esta realidad laboral podemos tomar como ejemplo el caso de los camareros que trabajan en el Festival de Benicàssim, descrito literalmente como “un puto infierno”. Las pernoctaciones en hoteles llevan creciendo los últimos 23 meses, cada año España recibe más turistas que el año anterior y aumenta el gasto medio por turista. Mientras, el salario medio en la hostelería es de 13.851 euros, la precariedad, las horas extra sin pagar en España (que suponen la pérdida de 156.000 empleos) y el trabajo en negro son la tónica general. Por no hablar de la saturación y los problemas sociales y ecológicos que se derivan de toda esta masificación; en las Islas Baleares pueden dar cuenta de esto.

Según una empresa de búsqueda de empleo en internet –cuyo lucrativo negocio reside en el paro y la precariedad- los trabajos más ofertados son de comerciales y camareros. Casi un 45% de las ofertas laborales pagan menos de 1.000 euros brutos al mes y un 46% entre 1.000 y 1.500 euros brutos al mes. Pareciera que las bonificaciones a la contratación no sólo menguan los ingresos fiscales y provocan déficit, además incentivan que se paguen bajos salarios con el consecuente efecto de esas cotizaciones basura sobre las cuentas de la Seguridad Social. El complemento salarial de Ciudadanos viene a apuntalar esta realidad subvencionando y premiando a quien paga bajos salarios. Cuando se advierte que los derechos desincentivan el trabajo, lo que nos quieren decir es precisamente esto: sin derechos aceptas lo que haga falta.

Cantaba el grupo argentino Patricio rey y los redonditos de ricota, que el “futuro llegó hace rato”. Bien, tratemos de atisbar cómo es ese futuro en el que ya estamos inmersos. Se trata de la modalidad laboral tipo Uber: el capital ya ni organiza la producción, directamente se limita a parasitarla; la exacción como una forma de explotación. Lógica rentista. Es el caso de las camgirls, mujeres que realizan shows eróticos online donde pueden interactuar con el cliente. Las chicas ponen el ordenador, la webcam y el espacio para realizar el show, mientras que los portales cobran comisiones que oscilan entre el 25% y el 60% de lo que ellas recaudan.

La empresa de servicios de comida a domicilio Deliveroo no pone la bicicleta ni el smartphone y ni siquiera se hace cargo de los repartidores en el caso de tener un accidente, puesto que no son “empleados” sino freelance (lanzas libres). En Londres, los repartidores de Deliveroo acaban de ganar una huelga motivada por un cambio en la forma de pago de la empresa. Si antes pagaban una cantidad fija por hora, ahora pretendían pagar por pedido realizado, empeorando considerablemente sus ya de por sí malas condiciones laborales. En el conflicto se quejaban de que “tenemos niños, tenemos alquiler. No podemos hacer frente a la incertidumbre “, “estamos a tiempo completo, a tiempo parcial, somos estudiantes, graduados, sin educación y  somos de todo el mundo.”

En este tipo de conflictos, como el de Deliveroo, se puede invertir a la llamada “economía colaborativa” y hacer de cada precariedad particular un conflicto colaborativo en la ciudad. Una alianza entre ciudadanía y reivindicación puede elevar el conflicto y enfrentar a la empresa en un terreno donde se le puede ganar: el boicot, dañar su imagen, la complicidad de la ciudadanía y la espiral solidaria que hunde sus beneficios. Aquí se incuban ingredientes que pueden dar lugar a la reivindicación de nuevos derechos disociados del empleo. ¿Cómo pensar el conflicto cuando ya no se centraliza en el centro de trabajo? El conflicto sirve para superar esa supuesta desvinculación entre “clase” y “reconocimiento de identidades”. Hay que vincular toda “minoría” dentro de un mismo plano de consistencia: conflicto que ya no es conflicto meramente laboral, sino vital, donde se cruzan múltiples identidades y realidades. Conflicto que desborda nuestra posición de “trabajador” cuando se construye nuestro “ser en el mundo” como “ser plusvalor” 24 horas. Repensar la clase desde la lucha de clases, no antes, es repensar también qué hace posible que luchen las clases. Ensanchar las paredes del conflicto significa pasar de pensarlo desde la lógica de la “Putilov” (la mítica fábrica rusa), para transitar a este “Matrix” en el que se ha convertido la vida, no para distribuir lo existente sino para cambiar el modo bajo el cual se produce lo existente. El capitalismo se ha convertido en una conexión de relaciones humanas intensiva y asfixiante, de tal modo que incluso desaparece como “sistema” porque cuando se ocupa todo ya no parece nada. Sin tiempo liberado de la mediación económica no hay democracia. Esto que puede parecer una utopía, es lo que está detrás de la liberación del tiempo de vida en forma de derechos: sanidad, pensiones, educación, vacaciones, alquiler social, etc.

Si el conjunto de pasiones, deseos y afectos quedan anexionados a la reproducción de las relaciones bajo las cuales el capital es capital, la conquista del inconsciente como lugar de conflicto político y social, resulta, valga la redundancia, capital. Esta batalla por la producción de inconsciente aparece cuando se denuncia que esta realidad laboral descrita es rechazable y se responde con un “qué tiene de malo ser camarero”. Pues sí, bajo las actuales condiciones suele ser sinónimo de precariedad, lo mismo que teleoperador o reponedor. Como explica Slavoj Zizek en referencia a la película el Club de la lucha, mezclándolo con Lacan, hay que deshacerse de ese “cierto goce que se siente cuando el amo te domina”. Edward Norton, en la escena cuando se enfrenta a su jefe y se pega a sí mismo se está deshaciendo de lo que le une al amo. De algún modo se trata de desmontar a ese “ingenio –como escribía Goethe-, que convierte las fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus deseos”. Así pues, al igual que pegándose a uno mismo se rompen lazos con el amo, necesitamos golpearnos a nosotros mismos y asumir la realidad como inasumible, una realidad que beneficia al amo rentista cada vez que se repite una y otra vez, “mejor cualquier trabajo que ninguno”.

Rechazar “lo que hay” como la vía para conseguir “lo que puede haber”. Negar la propia condición de lo que se “es” permite poder “ser otra cosa”. Este es el “trauma” psicosocial que debemos atravesar e “hipnotizar”, apostando claramente por una vía distinta al imaginario caduco del pleno empleo.

(*) Jorge Moruno es sociólogo, consejero ciudadano y responsable de Discurso en Podemos.

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